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Septiembre 2009 |
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Mis sexenios (18)
José Guadalupe Robledo Guerrero.
El final del primer trienio del sexenio delasfuentista, el año de 1983, estuvo lleno de experiencias y aprendizajes, fueron meses de decirle a los coahuilenses cuál era la situación que imperaba en el Estado luego de la renuncia de OFT. Pero también fue el año en que se crearon las condiciones que definirían el inicio del segundo tercio del sexenio delasfuentista. Por eso es importante hacer un recuento de los principales eventos de esos agitado días.
En el verano de 1983, Villegas Rico volvió invitarme a platicar. La charla fue en la biblioteca de su casa. La plática fue “de amigos”, y con tono de profesor rural me platicó de sus orígenes. Según él, su niñez y juventud la pasó en un ambiente de rigor castrense, al parecer su padre era militar. Con esos antecedentes familiares Villegas quería justificar lo cabrón y autoritario que era.
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Luego de dos horas de una plática que aderezó con frases de personajes históricos, Villegas aterrizó y me ofreció la Oficialía Mayor de la UAC, “porque yo era el hombre indicado”. El Oficial Mayor en ese momento era uno de sus más abyectos lacayos: Heriberto Fuentes Canales, actual Secretario del Ayuntamiento de Saltillo, a donde fue invitado por “El Diablito” Fernando de las Fuentes, hijo del ex gobernador que Villegas quiso destituir y que mandó a la chingada cuantas veces tuvo oportunidad. Tampoco la dignidad es el fuerte de los políticos aldeanos y su parentela.
Agradecí su ofrecimiento y me negué a aceptar la “distinción”, me despedí y Villegas me acompañó a la puerta recomendándome: “Piénselo, Lo necesito de mi lado. Hay proyecto”. Me negué nuevamente ante el soborno villeguista.
Las críticas y señalamientos a la corrupción villeguista continuaron. El 13 de septiembre, ya en abierto enfrentamiento, Vanguardia publicaba una nota ordenada por el Rector en donde acusaban al Secretario de Gobierno, Enrique Martínez y Martínez, “de estar auspiciando los ataques a la UAC”, y ese mismo día, Villegas mandaría tapizar el centro de Saltillo, principalmente los muros del Palacio de Gobierno, con un telegrama que en 1973 los universitarios le enviaron al gobernador Eulalio Gutiérrez y por consecuencia a su Secretario de Gobierno, Óscar Villegas Rico, en donde le exigían que los políticos y gobernantes asumieran una posición de respeto frente a la Autonomía Universitaria. En esta ocasión, el telegrama lo enviaba quien se consideraba la Universidad: Óscar Villegas Rico.
Dos días después mi columna denunciaba el peligroso juego del Rector. Ese día, 15 de septiembre, doña Elsa Hernández (esposa del gobernador) me invitó a la tertulia del día de la Independencia, la que tradicionalmente se hacía en Palacio de Gobierno después del Grito. Los asistentes a dicho evento eran “la crema y nata” de la política y del sector empresarial. Ante su insistencia asistí a ese acto de simulación e hipocresía. Fue mi debut y despedida.
Llegué al evento con la única intención de saludar a doña Elsa y retirarme. Los grupos estaban aglutinados en torno a sus patrones. Esa vez fuí el “Hombre Invisible”, nadie me veía. No localicé a doña Elsa y decidí abandonar el lugar. A la salida me topé con JFR que se escontraba rodeado de sus principales colaboradores. De las Fuentes me saludó con una deferencia que nunca le había visto. Todas las miradas estaban puestas en aquel simulacro de amistad. “El Hombre Invisible” se había materializado.
De las Fuentes me tomó del brazo y durante una hora me paseó por los pasillos de Palacio. La plática fue insustancial, pero antes de finalizar el tour palaciego, el gobernador me relató una anécdota de su vida juvenil. Según él, en cierta ocasión dos amigos de parrandas lo habían insultado en una barra de cantina porque se había hecho novio de la hermana de uno de ellos. “Cuando los ví me recibieron con mentadas de madre, los quise hacer entrar en razón, pero uno me tiró un chingadazo y el otro se me vino encima. No tuve más remedio que defenderme, y les puse una madriza que nunca olvidaron”.
Entendí la metáfora. Luego me hizo una invitación: “Lo espero en mi casa el sábado”. Acudí a la cita, De las Fuentes preguntó lo que le interesaba: ¿Qué dicen los amigos? Le respondí lo que creía: -No dudo que Jaime Martínez Veloz y “Catón” se inscriban como candidatos a la Rectoría para compitir con el creemos será el elegido de Villegas: Su concuño Valeriano Valdés.
¿Cómo están las fuerzas en la Universidad?, preguntó. Le respondí: -“Catón” y Jaime tienen prestigio en las bases más politizadas. Villegas controla la estructura, el presupuesto y los porros. ¿Qué recomienda?, cuestionó. Le dije lo que sabía: -A los amigos les interesa que usted no intervenga en la sucesión rectoral, que permita que sean los propios universitarios los que decidan. Nos despedimos. Ese día supe que JFR dejaría correr la sucesión rectoral sin meter las manos.
Al día siguiente, denunciábamos los intereses económicos y políticos que movían a los grupúsculos que giraban en torno a Vanguardia. Un día después recibí una llamada de Heriberto Fuentes Canales, quien a nombre de Villegas me solicitaba que renunciara a mi empleo en la UAC y me aseguraba que recibiría una liquidación diez mayor a la que legalmente me correspondía. Me negué a renunciar, a sabiendas que me metía al callejón de los chingadazos, pues me pareció una trampa para desautorizar mis escritos periodísticos. 24 horas después, Villegas me despedía a mi, y a mi esposa y a un hermano que nada tenían qué ver con mis señalamientos. Los políticos no cambian. Son iguales en todos los sexenios.
En su Segundo Informe de Gobierno, JFR énfatizó su respeto por la Autonomía Universitaria. Por otra parte, los acontecimientos habían modificado los planes de Villegas: La destitución o renuncia de JFR ya no era el objetivo principal, había decidido entregar la Rectoría a uno de sus incondicionales para seguir controlando la UAC, mientras él buscaría la Alcaldía de Saltillo, y de allí a la gubernatura sólo era cuestión de tiempo.
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Para apoderarse de la Alcaldía saltillense, los grupos tenían sus candidatos: De las Fuentes quería a Carlos de la Peña; Vanguardia jugaba con Óscar Villegas y Jorge Masso; los empresarios encarrilaban a Miguel Arizpe, Virgilio Verduzco y Rosendo Villarreal; Mario Eulalio tenía a Manuel Boone. Y para diputados locales y federales era lo mismo, los grupos exhibían sus candidatos.
Con estas condiciones comenzó el segundo tercio del sexenio delasfuentista. 1984 sería el año del movimiento Pro Dignificación de la UAC. Por eso “destapamos” a Armando Fuentes Aguirre “Catón” y a Jaime Martínez Veloz como precandidatos naturales a la Rectoría de la UAC.
Jaime se relacionó más con “El Sol” y “Catón” se dejó querer, pero nunca fue confiable. Adolfo Olmedo conocía sus historias traicioneras, pero las comprobó cuando, antes de las elecciones universitarias, “El cuenta chistes” renunció a “El Sol”, para irse a Vanguardia con el pretexto de que “El Gordo” Castilla no le pusiera obstáculos en su camino a la Rectoría. Al fin “Zacatón”.
La situación del “Diablo” era otra. Después de ser el “borrachín de Palacio”, “El inepto e incapaz gobernante” a quien nadie, ni los suyos respetaban, empezaba a ser llamado “Señor Gobernador” por sus enemigos.
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La demagogia e hipocrecía estaban en su clímax, y “El Diablo” hizo lo suyo organizando un acto de “reconocimiento” a Nazario Ortiz Garza, mejor dicho al periódico “El Universal”, y elogiando hasta el hartazgo la obra de Mario Eulalio Gutiérrez en su Segundo Informe municipal. El Alcalde saltillense no se quedó atrás en el torneo de halagos falsos, y dijo una frase que representaba el sentir de los políticos aldeanos que hacia poco conspiraban contra De las Fuentes: “Es un honor colaborar al lado del gobernador”. Ulero.
A principios de diciembre, enloquecido por las críticas y la rebelión universitaria, Villegas ordenó la expulsión de los cuatro principales líderes estudiantiles del Ateneo Fuente que se suponían simpatizantes de “Catón”. El operador de la represión fue el dentista Jaime Valdés, hermano de Valeriano y entonces director del Ateneo. Los hermanos Valdés Valdés eran la familia feliz de la UAC: Valeriano era profesor de Leyes, Francisco Javier tesorero universitario, Sergio cobraba como Administrador del HUS y Jaime fue habilitado como Director del Ateneo Fuente.
Días después, Villegas organizaba un desayuno para otorgarle un reconocimiento universitario al “Diablo”.
Para nosotros en “El Sol” las cosas no eran muy cómodas a pesar de la diversión. Durante los últimos meses de 1983 y los primeros de 1984 tuvimos respuestas de los mafiosos. Villegas mandó a los suyos a amedrentar al “Sol del Norte”, a su Director Adolfo Olmedo y a quien le señalaba sus inmoralidades. Al menos en tres ocasiones tuvimos frente a las instalaciones del periódico al Consejo Universitario en Pleno, acompañado de los dirigentes del Stuac, de los directores de las escuelas y de los principales funcionarios universitarios, exigiendo a gritos que cesaran los “ataques contra la UAC y contra el Señor Rector”.
La que generalmente comandó estas movilizaciones amenazantes fue Enriqueta de Alba, quien 20 años después se disfrazaría de ”moreirista” de hueso colorado, basada en razones que nada tenían que ver con la política.
También hubo agresiones físicas al edificio de “El Sol”, mismas que Villegas Rico tuvo que subsanar y personalmente pedirle disculpas al Director. Olmedo nunca cedió a las presiones.
De aquella agitada época, el compañero periodista, Daniel Valdés “El Novillo”, todavía recuerda una anécdota que vivió como estudiante del Ateneo Fuente. Resulta que cierto día por órdenes del Director, mejor dicho de Villegas Rico, suspendieron las clases y llevaron a los preparatorianos en marcha hasta el Palacio de Gobierno, en donde comenzaron a gritar la consigna que les habían dado los promotores del desfile: “Robledo, Robledo te la vamos a hacer de pedo”. Los muchachos creían que yo laboraba en el gobierno y querían presionar a De las Fuentes.
Comenzamos el segundo trienio delasfuen- tista publicando, en enero de 1984, una larga entrevista con Óscar Flores Tapia dividida en cinco partes. Era la primera entrevista que concedía OFT después de su renuncia. En ella el ex gobernador habló de historia, elogió a su partido, el PRI, y se mostró molesto con muchas de mis preguntas, algunas las evadió. En esa entrevista Flores Tapia defendió su error de haber impuesto como Rector a Villegas Rico, según él, porque era el único que llenaba los requisitos. A pesar de defender lo indefendible, fue importante que OFT apareciera nuevamente en el escenario público, y al igual que Luis Horacio, ese fue el inicio de su rehabilitación política.
En lo personal me había relacionado con Flores Tapia en los primeros meses de 1983, a más de un año de su renuncia, a raiz de un comentario que hice sobre los abusos de los policías de su gobierno que en nada habían cambiado y seguían agrediendo a los ciudadanos. En aquella ocasión, a petición de Flores Tapia, Elías Cárdenas Márquez me invitó a conocerlo. Acepté por curiosidad, pues alguien me había dicho que OFT estaba al borde del suicidio.
La cita fue en su casa a las ocho de la mañana. Nos recibió en su biblioteca, estaba revisando un texto, y mirando por encima de sus gafas me preguntó: “Así que tú eres Robledo”. Si, le contesté, aunque muchos piensan que no existo y que usted es el que escribe en “El Sol” utilizando mi nombre como seudónimo. Luego de mostrarme algunos libros y pinturas de su colección, como si fuéramos grandes amigos que se reencontraban, OFT inició una larga plática conmigo que duró 15 años, hasta semanas antes de morir.
En nuestra primera charla, Flores Tapia me puso al tanto de su proyecto de escribir cinco libros en respuesta “a la infamia que López Portillo cometió en mi contra”. De ese proyecto editorial, sólo dos libros salieron a la luz pública: “López Portillo y Yo” y “El Señor Gobernador”.
Desde el principio de nuestra relación amistosa, Flores Tapia actúo de manera distinta a la que acostumbraba en el poder. Entendió que él tenía algo que enseñar y que yo quería aprender. Siempre tuvo hacia mi persona un trato respetuoso, cálido y sincero, incluso cuando surgían discrepancias entre nosotros.
Me habían dicho que OFT estaba próximo al suicidio, pero la realidad era otra: Me encontré con un hombre decidido a contar su verdad en la forma que mejor podía hacerlo: escribiendo. La situación de Flores Tapia no era la de un suicida, sino la de un hombre totalmente solo en la adversidad, abandonado por sus beneficiarios que habían sido presas de su “condición humana”, así le llamaba OFT a las traiciones e ingratitudes de sus “amigos”.
Flores Tapia fue un hombre de muchos claro-oscuros pero no sabía guardar rencores. Le angustiaba el juicio de la historia, por eso quería valorar las obras de su gobierno y desmentir a sus acusadores. Para justificar sus errores algún día me dijo: “El que diga que no tiene defectos, que se los busque porque si no los tiene, no es humano”. Le causaba gran escozor la palabra corrupción.
Flores Tapia era autodidacta, culto, historiador, escritor, periodista, masón, político, un hombre de ideas liberales. Sin embargo, Flores Tapia nunca pudo desterrar su querencia por los halagos, que en política son falsos, por eso una vez que fue rehabilitado, volvió a las andadas y se rodeó de los mismos que le ayudaron con sus mañosas conductas en su tropezón político. Necesitaba de sus halagos. De sentirse poderoso aunque fuera con zalamerías.
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Pero volvamos al tema. A mediados de febrero, Adolfo Olmedo y yo acudimos a un desayuno invitados por el Alcalde Mario Eulalio Gutiérrez. El lugar, “La Casa Vieja”, entonces el restaurante de moda de los políticos. En nuestra mesa convivían otros dos invitados: Pedro Fuentes Reyna (Diputado local y Presidente del Congreso estatal) y Francisco Javier Duarte Villegas (empresario, Primer Regidor del Ayuntamiento de Saltillo y precandidato a la alcaldía saltillense).
El sitio estaba a reventar, y apenas nos habían servido nuestra primera taza de café, cuando el Tesorero estatal, Humberto Acosta, se acercó a nuestra mesa, acompañado de Ángel Espinoza (Secretario Particular del Gobernador) y Amaro Rosas Issa (empleado de Tesorería). Acosta saludó al resto de los invitados, y dirigiéndose a mí me retó a resolver el problema personal que -según él- yo traía en su contra, arguyendo que ya estaba cansado de mis “ataques” periodísticos. Todos los comensales estaban atentos al espectáculo. No acepté la provocación e hice oídos sordos a las bravatas del Tesorero Estatal. Finalmente Acosta se percató que estaba haciendo el ridículo y abandonó el lugar.
En la noche, el “amarra navajas” de “El Diablo” me invitó a su despacho. Seguramente creyó que me iba a quejar del exabrupto de su tesorero, pero nada le comenté y se vio obligado a preguntarme: “Es cierto que se agarró a chingadazos con Acosta”. –No, le respondí, y sin darle importancia al asunto le relaté el bochornoso evento que había protagonizado su subalterno, en detrimento de su ya de por si mala imagen pública.
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Al día siguiente, las notas de algunos periódicos del estado daban distintas versiones de mi supuesto enfrentamiento con el tesorero estatal. A sugerencia de Olmedo, días después comenté el incidente en mi columna, calificando de grave error la actitud belicosa del Tesorero, de quien ya había comentado en mis columnas algunas cosas relacionadas con su historial político y la forma en que manejaba el presupuesto estatal. Humberto Acosta era uno de los principales financieros de Vanguardia, y su honestidad era muy cuestionada.
Acosta se había asociado con “El Gordo” Castilla para construir casas para los burócratas en Lomas de Lourdes, aquellos palomares prefabricados con moldes llamados Mecano. “El Sol” criticó estos negocios a la sombra del poder, y Acosta, igual que Villegas, envió a un grupo de burócratas a amedrentar a Olmedo. No lo logró.
Al final del sexenio, los cortesanos y beneficiarios de la generosidad de Humberto Acosta lo subieron a la silla voladora y le hicieron creer que podía ser gobernador. Luego cuando se terminó el sexenio, en una ocasión Acosta y yo coincidimos en una mesa de café, y el ex Tesorero no pudo contener su curiosidad y a boca jarro me dijo: “Siempre he pensado que usted me chingaba por órdenes de De las Fuentes. ¿Me equivoco?”. Lo desmentí, aunque Acosta sabía que al “Diablo” le encantaba joder a sus funcionarios, lo cierto es que a mí nunca me dio línea, no se lo permití.
Recuerdo que cuando publiqué una columna criticando a Humberto Acosta, que tenía que ver con la forma en que manejaba el erario público, y que obviamente involucraba al gobernador. De las Fuentes me preguntó: ¿Cómo le hace para saber cosas que ignora el gobernador? -El secreto, le contesté, es que soy confiable para los que me dan información confidencial, pues ellos saben que tengo un cerebro limitado, o retengo lo que me dicen o memorizo el nombre del informante. Por eso no recuerdo quién me da la información. Ya no hizo preguntas. Supo que no le diría nada más.
A Humberto Acosta ya no lo dejaríamos en paz, ocupaba junto a Villegas y sus demás aliados, un lugar preponderante de nuestros “ataques”. Se lo había ganado, y aunque muchos hicieron el intento para que fuéramos “amigos”, nunca lo consiguieron: Edilberto Leza, Mario Eulalio Gutiérrez, Humberto Gaona, entre otros.
Por esos meses, Gerardo Amaya un joven amigo que tenía relaciones con la Secretaría de Gobernación, me dijo que el Subsecretario A de Gobernación, Jesús Roberto Dávila Narro, le había pedido que me dijera que el día que yo fuera a la ciudad de México, no dejara de visitarlo para saludarnos.
Para ese entonces yo estaba informado que Dávila Narro no simpatizaba con Villegas Rico ni con “El Diablo”, y sabía lo que representaba Gobernación en estos conflictos. Por eso, días después ante su secretario particular, Francisco Niebla Vargas, me anunciaba en el edificio de Bucareli de la ciudad de México.
Dávila Narro me recibió con evidente cordialidad y como parte de una larga charla, de labios del Subsecretario que operaba la política supe que todos los organismos empresariales de Coahuila le habían enviado una carta acusándome de desestabilizador y de querer imponer la ideología comunista ¡en Saltillo! Me reí y le entregué al Subsecretario una copia de mis artículos “Para que constate que lo único que he hecho es señalar la corrupción en las instituciones coahuilenses”. -Ya lo sé, me dijo, he seguido con atención la importante tarea que está desarrollando “El Sol del Norte”. Soy coahuilense, y por ello me interesa lo que sucede en mi estado.
Me mostró el documento empresarial. No me sorprendió ver que lo firmaban todos los “notables” de Coahuila. Después de un par de horas me despedí y abandoné la mesa “donde se deciden las cuestiones políticas de la República”. Las últimas palabras del Subsecretario de Gobernación fueron cordiales: “No se preocupe, considereme su amigo y vuelva pronto”.
Cuando retorné a Saltillo, puse al tanto de mi nueva experiencia a Olmedo, que igual que yo no pudo evitar que la risa le ganara al saber que nos habían acusado de agitadores y de querer llevar al comunismo a ¡Saltillo! ¡Cuanta estulticia empresarial!
Por alguna razón, “El Diablo” ya sabía de mi entrevista con Dávila Narro y me invitó a su despacho. Quería saber lo que había platicado con el Subsecretario ¿Qué dice nuestro amigo Dávila Narro?, preguntó. -Lo mandó saludar, fue lo único que se me ocurrió contestarle. La verdad es que no recuerdo si en algún momento de la charla con Dávila Narro hayamos mencionado al gobernador. Insisto, JFR no era confiable, era un político demagogo, simulador y pendenciero.
El 9 de marzo, “Catón” convalidaría nuestros análisis y anunciaba formalmente su candidatura a la Rectoría. Tres días después, durante la inauguración de la Aula Magna “Óscar Villegas Rico” de la Facultad de Jurisprudencia, el angustiado Rector también confirmaría nuestros pronósticos destapando a Valeriano Valdés como su candidato a la Rectoría de la UAC. 48 horas después se registrarían como candidatos a Rector los tres personajes que desde meses atrás creíamos que serían los contendientes: Valeriano Valdés, Armando Fuentes Aguirre “Catón” y Jaime Martínez Veloz. El destino nos había alcanzado.
Para Martínez Veloz, su candidatura era la oportunidad para reivindicar la imagen pública de su grupo universitario, la que se había deteriorado por la alianza que sostuvieron con Villegas Rico durante los primeros cinco años de su gestión. Para “Catón” era la mejor oportunidad de hacer realidad su más caro sueño: Ser Rector de la UAC.
A mediados de marzo, “Catón” inició su campaña en la Unidad Torreón de la UAC, en donde fue recibido por un nutrido grupo de porros, que además de insultarlo y amenazarlo, le impidieron el acceso a la escuela de Odontología, cuyos estudiantes habían sido encerrados bajo llave. “Catón” no pudo visitar el resto de las escuelas universitarias torreonenses, porque la Rectoría había suspendido las clases y había amenazado con expulsar a los alumnos que se acercan a “Catón”. Villegas comenzó el proceso electoral en la UAC, apostándole a la intimidación y alentando peligrosamente la violencia y la provocación. Había muchas cosas en juego.
A Jaime Martínez Veloz también le sucedió lo mismo que a “Catón”, los porros lo agredieron en Torreón y las clases fueron suspendidas para que no tuviera contacto con los estudiantes. Las agresiones porriles estaban a la orden del día, pero se excedieron: el 21 de marzo, una centena de porros torreonenses, drogados, ebrios y armados, llegaron hasta el domicilio de la madre de Martínez Veloz, la insultaron y estrujaron y golpearon a un grupo de muchachos universitarios que se encontran en la casa.
El 27 de marzo, las elecciones se llevaron a cabo en un ambiente de represión, porrismo, intimidación, violencia y llenas de fraudulentas acciones organizadas por Villegas. Lo que vendría después sería el inicio formal del Movimiento Pro Dignificación de la UAC...
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(Continuará).
Movimiento Pro Dignificación de la UAC... |
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